Do Viento Sur, 28 Dezembro 2020
Charleroi (Bélgica) – La plaza Jules Hiernaux durante la pandemia de Covid-19. Vallas publicitarias con carteles de la campaña oficial: «Todos juntos contra el COVID-19». Fuente: Wikimedia Commons
Con 18.000 personas muertas en una población menos numerosa que la de Ohio, Bélgica ha sufrido la peor tasa de mortalidad por coronavirus del mundo. El dirigente del Partido del Trabajo de Bélgica explica a Jacobin cómo las elites del país han dejado en la estacada a la población, y por qué las cosas podrían haber sucedido de otra manera.
Después de años de paciente trabajo organizativo, el Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) se ha convertido en los últimos tiempos en una fuerza con la que hay que contar en la política nacional. Construyendo poco a poco sus bases de apoyo en comunidades de clase obrera, en las elecciones federales de 2019 logró un resultado apreciable, obteniendo 12 de un total de 150 diputados y diputadas.
Bélgica no es un país uniformemente rico, como se piensa a menudo, y también es el país con la peor tasa de mortalidad por covid-19 del mundo, con más de 18.000 víctimas en una población de apenas 11 millones. La gravedad de esta crisis queda reflejada en el título del libro publicado recientemente del presidente del PTB, Peter Mertens: Ils Nous Ont Oubliés (Nos han olvidado). Tras su lanzamiento, Mertens habló con Mario Cuenda Garcia y Tommaso Segantini sobre las perspectivas del PTB. Comentaron las respuestas de Bélgica y Europa a la covid-19, los peligros de la derecha nacionalista y el significado de las propuestas del PTB relativas a un pacto rojiverde.
Bélgica ha sido uno de los países europeos más duramente castigados por la covid-1919. ¿Cómo ha gestionado el gobierno la crisis, tanto en el frente sanitario como en el socioeconómico? ¿Qué habría hecho el PTB de otra manera?
Bélgica es un país pequeño, pero densamente poblado; debido a su naturaleza, la gente se mueve mucho, entra y sale, lo cual es un vector de transimisión del virus. No obstante, hay otras razones importantes que explican la crisis en Bélgica; una de las principales es su diseño institucional y los obstáculos burocráticos y políticos resultantes. Hay nueve ministerios responsables de la sanidad, en un país de tan solo once millones de habitantes.
En pleno apogeo de la pandemia, la clase política y los medios utilizaban a menudo metáforas militares, repitiendo que “estamos en guerra con el virus”. Sin embargo, en una guerra hay un mando único, mientras que durante esta guerra contra la covid-19 lo que hubo fue un completo caos. Las divisorias nacionalistas y lingüísticas dificultaron mucho la gestión de la crisis a escala federal. La confianza en el gobierno brilló por su ausencia. También reinaba un sentimiento casi religioso de que el mercado lo resolvería todo, cosa que no ha sucedido. El pasado marzo, propusimos una ley que obligara a ciertas fábricas textiles a producir mascarillas con el fin de hacer frente a la escasez que había en hospitales y residencias. Hubo una oposición general y frontal a nuestra propuesta. Esta especie de fundamentalismo de mercado ha retrasado realmente una respuesta más efectiva.
Junto con los sindicatos, el PTB presionó al gobierno para que cerrara los sectores no esenciales de la economía. Gracias a numerosas presiones, el gobierno pagó también el 70 % de los salarios de las trabajadoras y trabajadores que se quedaron sin empleo durante la pandemia. Con ello logramos limitar la exposición del personal de las empresas al virus y mitigamos las peores secuelas de la crisis. Sin embargo, a mucha gente le preocupa hoy la posibilidad de perder sus ingresos si no puede ir a trabajar porque tiene síntomas. El PTB reclama que las personas en cuarentena a causa de la covid-19 perciban el 100 % de su salario. La gente no debería preocuparse por sus ingresos por enfermar y no poder acudir al trabajo.
En tu libro, escribes que la respuesta de la Unión Europea (UE) a la crisis, en particular el plan de recuperación de 750.000 millones de euros, habría sido impensable pocos años antes. Sin embargo, también criticas el paquete de recuperación europeo. ¿Cómo ves la respuesta de la UE a la crisis? ¿Asistimos realmente a un cambio de rumbo de la política económica de la UE y a la ruptura con el dogma de la disciplina presupuestaria?
Pienso que hubo una ruptura de hecho a partir del momento en que la UE suspendió temporalmente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). En esta crisis se puso de manifiesto que las premisas del PEC no eran ciertas y que es fundamental que hagamos tanto enormes inversiones públicas como transferencias financieras entre países. ¿Significa esto que se ha roto realmente con la política económica neoliberal de los últimos veinte años? No lo creo.
Estas medidas solo se adoptaron para evitar el colapso de la UE. Si no se hubieran tomado medidas para ayudar a la gente común, habría sido el fin de la UE, la colocación de la alfombra roja para partidos y movimientos nacionalistas. También deberíamos tener en cuenta que Italia es la tercera economía más grande de Europa y contribuyente neta a Bruselas. La economía alemana no puede funcionar sin Italia, como vimos con las cadenas de producción de productos metalúrgicos: tan pronto como la producción se detuvo en el norte de Italia, también se paralizó en Alemania. Así, Alemania tomó las iniciativas necesarias para salvar la UE por pura necesidad y en interés propio.
Pero no creo que la UE se haya vuelto de pronto keynesiana: la idea que subyace al plan de recuperación sigue siendo la de salvar a las grandes empresas europeas. Así, Alemania pagó amplios paquetes de ayuda a BMW, a pesar de que esta empresa dispone de un montón de liquidez y sigue pagando dividendos a sus accionistas. Si inyectamos miles de millones de euros en la economía, hemos de saber adónde va a parar ese dinero, en qué condiciones se utiliza y por qué no podemos tener garantías sociales y ambientales. La situación no es tan diferente de la crisis de 2008: entonces se rescató a los bancos; ahora, a las grandes empresas. Al final, es siempre la clase trabajadora la que tiene que pagar los platos rotos.
Escribes que “es en tiempos de crisis cuando las cosas cambian”. En La doctrina del shock, Naomi Klein explica cómo las crisis también pueden ser aprovechadas por las elites para consolidar su posición de poder y privilegio mediante políticas represivas. ¿Podría convertirse la crisis de la covid-19 en una oportunidad de avanzar en Bélgica para el PTB y los movimientos sociales? ¿Y cómo impediréis que la crisis la aprovechen quienes quieren preservar el statu quo?
No sé si en una crisis de esta magnitud es posible mantener el statu quo. Creo que estamos encaminados, bien a una ruptura progresista, bien a un retroceso reaccionario. No es únicamente una crisis sanitaria; es también una crisis económica. El aspecto positivo es que cada tarde a las 20 horas, en nuestro país se aplaudía a los y las héroes de esta crisis. Escribo en mi libro que uno solamente ve las estrellas cuando es de noche, y en esta crisis oscureció muy rápidamente. Estaba claro quién mantenía las cosas a flote: no eran los ricos ejecutivos ni las elites políticas, sino las trabajadoras esenciales, mal pagadas y ninguneadas, que siguieron trabajando y nos salvaron de este desastre. Por primera vez en su vida se reconoció su labor.
Una de cada cinco trabajadoras esenciales en Bélgica es de origen inmigrante, lo que demuestra la gran diversidad de su clase obrera. Durante la crisis, hubo un alto grado de conciencia de clase y solidaridad: es importante destacar esto, para evitar que los y las héroes de la crisis caigan en el olvido una vez superada la crisis.
Esta pandemia afecta a la clase trabajadora mucho más que a otros sectores de la población, al igual que todas las demás pandemias del pasado. La llamada gripe española también fue una pandemia con una fuerte dimensión de clase, pues los barrios populares y la gente trabajadora estuvieron mucho más expuestas al riesgo de contagiarse. La solidaridad y la conciencia de clase son las únicas respuestas viables a lo que llamo las corrientes bannonistas, que siembran la división entre los y las héroes de la crisis. Estas corrientes, que exclaman consignas como “Nuestra gente primero” durante una pandemia que, por naturaleza, no conoce fronteras, se refuerzan en toda Europa. Así que la lucha será dura, pero hay algunos elementos que alimentan la esperanza.
Desde nuestra última entrevista, en 2017, el PTB ha incrementado su presencia en el parlamento federal, pasando de dos a doce diputados y diputadas de un total de 150. ¿Cómo valoras estos avances, y cuál es vuestra visión del trabajo parlamentario como partido de izquierda?
Hemos hecho progresos en toda Bélgica, y esto nos llena de satisfacción. Sabíamos desde el comienzo que nos sería mucho más difícil obtener buenos resultados en el norte [flamencófono]. Tuvimos que adaptar nuestra estrategia y nuestro enfoque a diferentes contextos políticos, culturales y lingüísticos.
Nuestro planteamiento del trabajo parlamentario lo llamamos calle–parlamento–calle. Tenemos doce escaños en el parlamento federal y casi cuarenta si incluimos los escaños que tenemos en los parlamentos regionales. Pensamos que nuestras diputadas y diputados han de servir de altavoces que amplifiquen y refuercen las luchas sociales y las aspiraciones sociales y democráticas de la sociedad. Para nuestra organización, esto es muy importante. Nuestro principio es que en los parlamentos debemos dar voz a la gente común, en vez de excluirla de los debates parlamentarios y políticos. Comenzamos en la calle, escuchamos a la gente, y después traducimos este trabajo en discursos y propuestas legislativas en el parlamento.
No queremos identificarnos con los políticos tradicionales ni con la clase dominante. En Bélgica hay mucha aversión a la clase política y mucha gente se siente ninguneada y no representada, y está harta de las políticas al uso. Ha habido un importante debate dentro del PTB sobre si en un partido marxista tiene cabida una dimensión antiestablishment. Nuestra opinión es que sí; así que tenemos este elemento antiestablishment, esencial para mantener la conexión con la gente y sus preocupaciones y agravios cotidianos. Asimismo, de acuerdo con los estatutos del partido, los cargos electos han de cobrar un salario normal y entregar el resto al partido, con el fin de evitar que pasen a formar parte de la misma elite que criticamos y que ingresa de 6.000 a 10.000 euros al mes.
Nuestro enfoque nos permite asimismo estar presentes sobre el terreno, en barrios populares, en fábricas, en redes sociales, para apoyar a la clase trabajadora. El establishment y los medios de comunicación nos llaman populistas, pero nos llena de orgullo estar en contacto con la gente común. Sabemos que la derecha ha comprendido muy bien que gran parte de la población está harta de la política y que está organizándose y cobrando fuerza. Creemos que hay que ser populistas para poder contrarrestar las mentiras y la influencia de los bannonistas. Tenemos que hacer frente a la extrema derecha, crear conciencia de clase y dirigir la ira y la frustración populares contra quienes están arriba, en vez de quienes están abajo.
Tras más de un año de negociaciones entre partidos, en octubre se formó un nuevo gobierno de coalición. ¿Cómo valoras su orientación política? ¿Comportará la presencia de partidos socialdemócratas y de los Verdes un cambio con respecto a gobiernos anteriores?
Existe una diferencia real con respecto al anterior gobierno: el gobierno actual se ha comprometido a mantener la integridad territorial y política del país, cosa que es importante después de diez años de avances de los separatistas de extrema derecha en el norte. El PTB no está por fragmentar Bélgica, una idea basada en concepciones de la identidad de extrema derecha.
En cuanto a la política económica, no existe ninguna diferencia real. El nuevo gobierno aplicará las mismas políticas neoliberales: no hay ninguna diferencia real en la lucha contra la pobreza, en la negativa a hacer tributar a los ricos o a imponer un verdadero impuesto sobre el capital. El gobierno no se ha comprometido a reducir la jornada de trabajo. No muchas cosas cambiarán en lo tocante de los derechos civiles y políticos, a las políticas de inmigración y al trato dado a las personas refugiadas o a la lucha contra el racismo en el seno de la policía. Esto significa que habremos de presionar al gobierno desde abajo, desde la oposición, para obtener resultados.
El PTB sigue estando en la oposición, junto con dos partidos de extrema derecha (NVA y VB), en el polo opuesto del espectro político. Al mismo tiempo, en el gobierno hay algunos partidos con los que el PTB podría tener algunas afinidades. ¿Cuál será la estrategia del PTB en la oposición?
Apoyaremos al gobierno cuando haga cosas correctas y útiles, pero críticamente. Como he dicho, apoyamos su compromiso de mantener la unidad del país y su promesa de ser un gobierno verde. Apoyamos esta ambición medioambiental, pero habrá que ver si sus acciones están a la altura de sus promesas y si su política verde es socialmente justa. Si pretenden privatizar servicios públicos como los ferrocarriles o imponer un impuesto sobre el carbono, nos opondremos radicalmente. No olvidemos que el movimiento de los chalecos amarillos en Francia comenzó a raíz de un impuesto injusto sobre el carbono, que hizo que gran parte de la población se opusiera a la adopción de medidas necesarias para proteger el medioambiente.
Sabemos que nuestra labor en la oposición será difícil. Actualmente hay tres bloques: la coalición de partidos centristas, que se han juntado para formar el gobierno, a pesar de que perdieron las elecciones; un bloque xenófobo, nacionalista y separatista, formado por el NVA y Vlaams Belang; y un tercer bloque, que somos nosotros, la oposición de izquierda, con el apoyo de varios sindicatos y movimientos sociales. El gobierno pretende que solo hay dos bloques: los partidos moderados y razonables que forman el gobierno frente a los populistas y extremistas que están en la oposición. Rechazamos esta falsa dicotomía.
Algunas propuestas del PTB, como el impuesto del coronavirus (un impuesto sobre el patrimonio del 5 %, aplicable a las grandes fortunas de más de 3 millones de euros), son muy populares. El crecimiento del PTB refleja cierto deseo de cambio, pero permanecerá en la oposición durante los próximos tres o cuatro años. ¿Piensas que el PTB puede desarrollar parte de su programa desde la oposición? Por ejemplo, ¿ves alguna posibilidad de llegar a acuerdos puntuales con el gobierno sobre algunas cuestiones?
Que quede clara una cosa: no seremos aliados de este gobierno. El PTB está en la oposición al gobierno actual y actuará en consecuencia. Pero creo que con un poder de negociación suficiente podríamos lograr algunos objetivos de nuestro programa desde la oposición. En noviembre de 2019 lanzamos una campaña a favor del refuerzo de los hospitales públicos y del sector sanitario. Conseguimos que el parlamento aprobara un paquete de 400 millones de euros de financiación pública para los hospitales públicos. En aquel entonces, todo el mundo tachaba nuestra campaña de populista, pero tres meses después hubo una pandemia mundial y todo el mundo pudo ver quién tenía razón. Este logro fue fruto de la lucha de enfermeras y trabajadores sanitarios, junto con nuestro planteamiento calle-parlamento-calle.
Hace cinco años logramos que se redujera el tipo de IVA aplicable a la electricidad. Este año, el nuevo gobierno ha prometido incrementar la pensión mínima a 1.500 euros, algo por lo que hemos estado haciendo campaña durante años, por fin con éxito. La cuestión es que la consecución de nuestras reivindicaciones no pasa únicamente por la oposición parlamentaria. No hace falta que estés en el parlamento para esto; ayuda, pero la clave está en la calle, en la generación de peticiones, en las campañas, en hablar con la gente, en organizarse. No puedes cambiar las cosas desde el parlamento si no tienes poder de negociación y unidad de clase en la calle. Hemos de meter temas de izquierda en el programa, de lo contrario el discurso público estará dominado por cuestiones como la identidad y la migración, como quiere la derecha.
Hablemos del medio ambiente. En EE UU, congresistas como Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) impulsan un Green New Deal [GND, Nuevo Pacto Social Verde]. La Unión Europea habla de un New Green Deal. El PTB propone un Red-Green Deal [Pacto Verdirrojo] en Bélgica. ¿Puedes explicar de qué se trata y cómo podrá implementarse?
Hay un consenso cada vez más amplio en que necesitamos un plan para afrontar tanto la crisis económica como la crisis ecológica, y también en que el mercado no resolverá estos problemas. Las instituciones y los Estados tienen que intervenir masivamente, y ahora incluso lo dicen algunos neoliberales. Así que el debate ya no versa sobre si los Estados han de intervenir, sino sobre dónde y cómo debe invertirse dinero público para la transición ecológica. En la versión capitalista del GND, el Estado sigue estando al servicio del capital: cuando golpea la crisis, el Estado actúa de prestamista de último recurso para rescatar a los capitalistas. Es preciso cuestionar este mecanismo. El Estado debería asumir la dirección en determinados sectores y crear monopolios públicos. Esto podría llevarlo a cabo, por ejemplo, en los transportes públicos, las inversiones verdes, la vivienda pública asequible, la investigación e innovación, la revolución digital y la sanidad. Esta es la gran diferencia en nuestro Red-Green Deal.
Hoy ya existen polos de producción estratégicos en sectores esenciales, pero están en manos privadas. Por ejemplo, Airbus, donde colaboran muchos países europeos. Podríamos crear polos similares, pero en la esfera pública, para reforzar sectores esenciales como el de la energía. Nuestra propuesta es similar a lo que proponen [Bernie] Sanders y AOC. Es un enfoque keynesiano en interés de la gente. Puede conseguirse incluso dentro de un marco capitalista, pero exigiría de todos modos que sobrepasemos los límites del mercado supuestamente autorregulado y que nos liberemos de los dogmas económicos neoliberales.
Bélgica está fracturada políticamente: en el norte (Flandes) hay una fuerte presencia de la derecha y la extrema derecha, mientras que en el sur (Valonia) tienen mayoría partidos progresistas. En las elecciones de 2019, el PTB alcanzó el 13,8 % de los votos en Valonia, el 12,6 % en Bruselas y un 5,63 % en Flandes, y fue el único partido que consiguió tener representantes por encima de esta divisoria. ¿Cómo puede mantener el PTB una estrategia a escala federal a pesar de una división tan importante?
En efecto, la división crece, y en realidad solo hay una alternativa: o bien cedemos a los separatistas que desean dividir el país, o bien recentralizamos determinadas competencias, como en la sanidad o la protección ambiental. Los sondeos muestran que la mayoría de la población belga apoya esto. Pienso que como país habremos de tomar una decisión más pronto que tarde, ya que la situación actual es insostenible. Para citar un ejemplo concreto: actualmente hay cuatro ministros responsables de asuntos medioambientales. Sin embargo, todos los ríos de Bélgica fluyen por las tres regiones, de modo que si se contamina uno de ellos, hay que organizar una reunión interministerial de los cuatro ministros. Esto no tiene sentido.
También creemos que Europa necesita una perspectiva más amplia y que tenemos que cooperar y actuar en niveles más altos para combatir el cambio climático, prepararnos para futuras pandemias, etc. No podemos resolver estos problemas en el nivel de Flandes o Bélgica. En cuestiones de justicia social y desigualdad, las diferencias culturales no importan mucho en comparación con las diferencias de clase. Las demandas sociales y las expectativas de la población son las mismas, en el norte y en el sur. Lo que espera la gente en Charleroi y Lieja en materia de pensiones es lo mismo que lo que se reclama en Amberes, Hasselt o Bruselas. Pide pensiones dignas, más tiempo de ocio, un sistema sanitario de calidad y accesible. Para lograrlo, el PTB y los sindicatos están comprometidos a ofrecer las mismas políticas a toda la clase trabajadora de todo el país.
Finalmente, ¿qué piensas del resultado de las elecciones en EE UU, y más en general, qué acontecimientos políticos internacionales crees que ofrecen esperanza de cara al futuro y cuáles te preocupan?
Donald Trump amplificó la retórica bannonista, racista y nacionalista. Por eso es una buena noticia que haya perdido el megáfono de la presidencia. Nos satisface comprobar que los movimientos sociales y de izquierda hayan contribuido a su derrota, que ha sido posible gracias también a la organización de la gente en la base, que ha sido mucho más importante que en el pasado. Dicho esto, no nos hacemos ilusiones sobre la presidencia de Joe Biden. No es socialista y forma parte del establishment político de EE UU. Seguiremos apoyando a los movimientos sociales estadounidenses y a las diputadas de izquierda en el Congreso.
En el lado negativo, el bannonismo y las corrientes nacionalistas de derecha siguen vivas y coleando en todo el mundo. En la vertiente positiva, durante la pandemia, gracias a las redes sociales y la creciente interconexión mundial, en todo el mundo han surgido las mismas demandas, los mismos debates y las mismas cuestiones clave. Los maquinistas de India reclamaron mascarillas y lo mismo ocurrió en Perú y en Bélgica. Esto fue bastante insólito y de alguna manera representó un renacimiento de la conciencia de clase a escala mundial: la conciencia de que muchas cuestiones trascienden las fronteras, y esta es una buena noticia. Por supuesto, queda mucho trabajo por hacer, así que somos optimistas y cautos al mismo tiempo.
19/12/2020
https://jacobinmag.com/2020/12/peter-mertens-Bélgica-ptb-workers-party-covid-crisis
Traducción: viento sur
Mario Cuenda Garcia es estudiante de doctorado de historia económica en la London School of Economics. Tommaso Segantini es ensayista autónomo y cursa estudios de migraciones; sus trabajos se han publicado en TeleSur, openDemocracy y Adbusters.
Con 18.000 personas muertas en una población menos numerosa que la de Ohio, Bélgica ha sufrido la peor tasa de mortalidad por coronavirus del mundo. El dirigente del Partido del Trabajo de Bélgica explica a Jacobin cómo las elites del país han dejado en la estacada a la población, y por qué las cosas podrían haber sucedido de otra manera.
Después de años de paciente trabajo organizativo, el Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) se ha convertido en los últimos tiempos en una fuerza con la que hay que contar en la política nacional. Construyendo poco a poco sus bases de apoyo en comunidades de clase obrera, en las elecciones federales de 2019 logró un resultado apreciable, obteniendo 12 de un total de 150 diputados y diputadas.
Bélgica no es un país uniformemente rico, como se piensa a menudo, y también es el país con la peor tasa de mortalidad por covid-19 del mundo, con más de 18.000 víctimas en una población de apenas 11 millones. La gravedad de esta crisis queda reflejada en el título del libro publicado recientemente del presidente del PTB, Peter Mertens: Ils Nous Ont Oubliés (Nos han olvidado). Tras su lanzamiento, Mertens habló con Mario Cuenda Garcia y Tommaso Segantini sobre las perspectivas del PTB. Comentaron las respuestas de Bélgica y Europa a la covid-19, los peligros de la derecha nacionalista y el significado de las propuestas del PTB relativas a un pacto rojiverde.
Bélgica ha sido uno de los países europeos más duramente castigados por la covid-1919. ¿Cómo ha gestionado el gobierno la crisis, tanto en el frente sanitario como en el socioeconómico? ¿Qué habría hecho el PTB de otra manera?
Bélgica es un país pequeño, pero densamente poblado; debido a su naturaleza, la gente se mueve mucho, entra y sale, lo cual es un vector de transimisión del virus. No obstante, hay otras razones importantes que explican la crisis en Bélgica; una de las principales es su diseño institucional y los obstáculos burocráticos y políticos resultantes. Hay nueve ministerios responsables de la sanidad, en un país de tan solo once millones de habitantes.
En pleno apogeo de la pandemia, la clase política y los medios utilizaban a menudo metáforas militares, repitiendo que “estamos en guerra con el virus”. Sin embargo, en una guerra hay un mando único, mientras que durante esta guerra contra la covid-19 lo que hubo fue un completo caos. Las divisorias nacionalistas y lingüísticas dificultaron mucho la gestión de la crisis a escala federal. La confianza en el gobierno brilló por su ausencia. También reinaba un sentimiento casi religioso de que el mercado lo resolvería todo, cosa que no ha sucedido. El pasado marzo, propusimos una ley que obligara a ciertas fábricas textiles a producir mascarillas con el fin de hacer frente a la escasez que había en hospitales y residencias. Hubo una oposición general y frontal a nuestra propuesta. Esta especie de fundamentalismo de mercado ha retrasado realmente una respuesta más efectiva.
Junto con los sindicatos, el PTB presionó al gobierno para que cerrara los sectores no esenciales de la economía. Gracias a numerosas presiones, el gobierno pagó también el 70 % de los salarios de las trabajadoras y trabajadores que se quedaron sin empleo durante la pandemia. Con ello logramos limitar la exposición del personal de las empresas al virus y mitigamos las peores secuelas de la crisis. Sin embargo, a mucha gente le preocupa hoy la posibilidad de perder sus ingresos si no puede ir a trabajar porque tiene síntomas. El PTB reclama que las personas en cuarentena a causa de la covid-19 perciban el 100 % de su salario. La gente no debería preocuparse por sus ingresos por enfermar y no poder acudir al trabajo.
En tu libro, escribes que la respuesta de la Unión Europea (UE) a la crisis, en particular el plan de recuperación de 750.000 millones de euros, habría sido impensable pocos años antes. Sin embargo, también criticas el paquete de recuperación europeo. ¿Cómo ves la respuesta de la UE a la crisis? ¿Asistimos realmente a un cambio de rumbo de la política económica de la UE y a la ruptura con el dogma de la disciplina presupuestaria?
Pienso que hubo una ruptura de hecho a partir del momento en que la UE suspendió temporalmente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). En esta crisis se puso de manifiesto que las premisas del PEC no eran ciertas y que es fundamental que hagamos tanto enormes inversiones públicas como transferencias financieras entre países. ¿Significa esto que se ha roto realmente con la política económica neoliberal de los últimos veinte años? No lo creo.
Estas medidas solo se adoptaron para evitar el colapso de la UE. Si no se hubieran tomado medidas para ayudar a la gente común, habría sido el fin de la UE, la colocación de la alfombra roja para partidos y movimientos nacionalistas. También deberíamos tener en cuenta que Italia es la tercera economía más grande de Europa y contribuyente neta a Bruselas. La economía alemana no puede funcionar sin Italia, como vimos con las cadenas de producción de productos metalúrgicos: tan pronto como la producción se detuvo en el norte de Italia, también se paralizó en Alemania. Así, Alemania tomó las iniciativas necesarias para salvar la UE por pura necesidad y en interés propio.
Pero no creo que la UE se haya vuelto de pronto keynesiana: la idea que subyace al plan de recuperación sigue siendo la de salvar a las grandes empresas europeas. Así, Alemania pagó amplios paquetes de ayuda a BMW, a pesar de que esta empresa dispone de un montón de liquidez y sigue pagando dividendos a sus accionistas. Si inyectamos miles de millones de euros en la economía, hemos de saber adónde va a parar ese dinero, en qué condiciones se utiliza y por qué no podemos tener garantías sociales y ambientales. La situación no es tan diferente de la crisis de 2008: entonces se rescató a los bancos; ahora, a las grandes empresas. Al final, es siempre la clase trabajadora la que tiene que pagar los platos rotos.
Escribes que “es en tiempos de crisis cuando las cosas cambian”. En La doctrina del shock, Naomi Klein explica cómo las crisis también pueden ser aprovechadas por las elites para consolidar su posición de poder y privilegio mediante políticas represivas. ¿Podría convertirse la crisis de la covid-19 en una oportunidad de avanzar en Bélgica para el PTB y los movimientos sociales? ¿Y cómo impediréis que la crisis la aprovechen quienes quieren preservar el statu quo?
No sé si en una crisis de esta magnitud es posible mantener el statu quo. Creo que estamos encaminados, bien a una ruptura progresista, bien a un retroceso reaccionario. No es únicamente una crisis sanitaria; es también una crisis económica. El aspecto positivo es que cada tarde a las 20 horas, en nuestro país se aplaudía a los y las héroes de esta crisis. Escribo en mi libro que uno solamente ve las estrellas cuando es de noche, y en esta crisis oscureció muy rápidamente. Estaba claro quién mantenía las cosas a flote: no eran los ricos ejecutivos ni las elites políticas, sino las trabajadoras esenciales, mal pagadas y ninguneadas, que siguieron trabajando y nos salvaron de este desastre. Por primera vez en su vida se reconoció su labor.
Una de cada cinco trabajadoras esenciales en Bélgica es de origen inmigrante, lo que demuestra la gran diversidad de su clase obrera. Durante la crisis, hubo un alto grado de conciencia de clase y solidaridad: es importante destacar esto, para evitar que los y las héroes de la crisis caigan en el olvido una vez superada la crisis.
Esta pandemia afecta a la clase trabajadora mucho más que a otros sectores de la población, al igual que todas las demás pandemias del pasado. La llamada gripe española también fue una pandemia con una fuerte dimensión de clase, pues los barrios populares y la gente trabajadora estuvieron mucho más expuestas al riesgo de contagiarse. La solidaridad y la conciencia de clase son las únicas respuestas viables a lo que llamo las corrientes bannonistas, que siembran la división entre los y las héroes de la crisis. Estas corrientes, que exclaman consignas como “Nuestra gente primero” durante una pandemia que, por naturaleza, no conoce fronteras, se refuerzan en toda Europa. Así que la lucha será dura, pero hay algunos elementos que alimentan la esperanza.
Desde nuestra última entrevista, en 2017, el PTB ha incrementado su presencia en el parlamento federal, pasando de dos a doce diputados y diputadas de un total de 150. ¿Cómo valoras estos avances, y cuál es vuestra visión del trabajo parlamentario como partido de izquierda?
Hemos hecho progresos en toda Bélgica, y esto nos llena de satisfacción. Sabíamos desde el comienzo que nos sería mucho más difícil obtener buenos resultados en el norte [flamencófono]. Tuvimos que adaptar nuestra estrategia y nuestro enfoque a diferentes contextos políticos, culturales y lingüísticos.
Nuestro planteamiento del trabajo parlamentario lo llamamos calle–parlamento–calle. Tenemos doce escaños en el parlamento federal y casi cuarenta si incluimos los escaños que tenemos en los parlamentos regionales. Pensamos que nuestras diputadas y diputados han de servir de altavoces que amplifiquen y refuercen las luchas sociales y las aspiraciones sociales y democráticas de la sociedad. Para nuestra organización, esto es muy importante. Nuestro principio es que en los parlamentos debemos dar voz a la gente común, en vez de excluirla de los debates parlamentarios y políticos. Comenzamos en la calle, escuchamos a la gente, y después traducimos este trabajo en discursos y propuestas legislativas en el parlamento.
No queremos identificarnos con los políticos tradicionales ni con la clase dominante. En Bélgica hay mucha aversión a la clase política y mucha gente se siente ninguneada y no representada, y está harta de las políticas al uso. Ha habido un importante debate dentro del PTB sobre si en un partido marxista tiene cabida una dimensión antiestablishment. Nuestra opinión es que sí; así que tenemos este elemento antiestablishment, esencial para mantener la conexión con la gente y sus preocupaciones y agravios cotidianos. Asimismo, de acuerdo con los estatutos del partido, los cargos electos han de cobrar un salario normal y entregar el resto al partido, con el fin de evitar que pasen a formar parte de la misma elite que criticamos y que ingresa de 6.000 a 10.000 euros al mes.
Nuestro enfoque nos permite asimismo estar presentes sobre el terreno, en barrios populares, en fábricas, en redes sociales, para apoyar a la clase trabajadora. El establishment y los medios de comunicación nos llaman populistas, pero nos llena de orgullo estar en contacto con la gente común. Sabemos que la derecha ha comprendido muy bien que gran parte de la población está harta de la política y que está organizándose y cobrando fuerza. Creemos que hay que ser populistas para poder contrarrestar las mentiras y la influencia de los bannonistas. Tenemos que hacer frente a la extrema derecha, crear conciencia de clase y dirigir la ira y la frustración populares contra quienes están arriba, en vez de quienes están abajo.
Tras más de un año de negociaciones entre partidos, en octubre se formó un nuevo gobierno de coalición. ¿Cómo valoras su orientación política? ¿Comportará la presencia de partidos socialdemócratas y de los Verdes un cambio con respecto a gobiernos anteriores?
Existe una diferencia real con respecto al anterior gobierno: el gobierno actual se ha comprometido a mantener la integridad territorial y política del país, cosa que es importante después de diez años de avances de los separatistas de extrema derecha en el norte. El PTB no está por fragmentar Bélgica, una idea basada en concepciones de la identidad de extrema derecha.
En cuanto a la política económica, no existe ninguna diferencia real. El nuevo gobierno aplicará las mismas políticas neoliberales: no hay ninguna diferencia real en la lucha contra la pobreza, en la negativa a hacer tributar a los ricos o a imponer un verdadero impuesto sobre el capital. El gobierno no se ha comprometido a reducir la jornada de trabajo. No muchas cosas cambiarán en lo tocante de los derechos civiles y políticos, a las políticas de inmigración y al trato dado a las personas refugiadas o a la lucha contra el racismo en el seno de la policía. Esto significa que habremos de presionar al gobierno desde abajo, desde la oposición, para obtener resultados.
El PTB sigue estando en la oposición, junto con dos partidos de extrema derecha (NVA y VB), en el polo opuesto del espectro político. Al mismo tiempo, en el gobierno hay algunos partidos con los que el PTB podría tener algunas afinidades. ¿Cuál será la estrategia del PTB en la oposición?
Apoyaremos al gobierno cuando haga cosas correctas y útiles, pero críticamente. Como he dicho, apoyamos su compromiso de mantener la unidad del país y su promesa de ser un gobierno verde. Apoyamos esta ambición medioambiental, pero habrá que ver si sus acciones están a la altura de sus promesas y si su política verde es socialmente justa. Si pretenden privatizar servicios públicos como los ferrocarriles o imponer un impuesto sobre el carbono, nos opondremos radicalmente. No olvidemos que el movimiento de los chalecos amarillos en Francia comenzó a raíz de un impuesto injusto sobre el carbono, que hizo que gran parte de la población se opusiera a la adopción de medidas necesarias para proteger el medioambiente.
Sabemos que nuestra labor en la oposición será difícil. Actualmente hay tres bloques: la coalición de partidos centristas, que se han juntado para formar el gobierno, a pesar de que perdieron las elecciones; un bloque xenófobo, nacionalista y separatista, formado por el NVA y Vlaams Belang; y un tercer bloque, que somos nosotros, la oposición de izquierda, con el apoyo de varios sindicatos y movimientos sociales. El gobierno pretende que solo hay dos bloques: los partidos moderados y razonables que forman el gobierno frente a los populistas y extremistas que están en la oposición. Rechazamos esta falsa dicotomía.
Algunas propuestas del PTB, como el impuesto del coronavirus (un impuesto sobre el patrimonio del 5 %, aplicable a las grandes fortunas de más de 3 millones de euros), son muy populares. El crecimiento del PTB refleja cierto deseo de cambio, pero permanecerá en la oposición durante los próximos tres o cuatro años. ¿Piensas que el PTB puede desarrollar parte de su programa desde la oposición? Por ejemplo, ¿ves alguna posibilidad de llegar a acuerdos puntuales con el gobierno sobre algunas cuestiones?
Que quede clara una cosa: no seremos aliados de este gobierno. El PTB está en la oposición al gobierno actual y actuará en consecuencia. Pero creo que con un poder de negociación suficiente podríamos lograr algunos objetivos de nuestro programa desde la oposición. En noviembre de 2019 lanzamos una campaña a favor del refuerzo de los hospitales públicos y del sector sanitario. Conseguimos que el parlamento aprobara un paquete de 400 millones de euros de financiación pública para los hospitales públicos. En aquel entonces, todo el mundo tachaba nuestra campaña de populista, pero tres meses después hubo una pandemia mundial y todo el mundo pudo ver quién tenía razón. Este logro fue fruto de la lucha de enfermeras y trabajadores sanitarios, junto con nuestro planteamiento calle-parlamento-calle.
Hace cinco años logramos que se redujera el tipo de IVA aplicable a la electricidad. Este año, el nuevo gobierno ha prometido incrementar la pensión mínima a 1.500 euros, algo por lo que hemos estado haciendo campaña durante años, por fin con éxito. La cuestión es que la consecución de nuestras reivindicaciones no pasa únicamente por la oposición parlamentaria. No hace falta que estés en el parlamento para esto; ayuda, pero la clave está en la calle, en la generación de peticiones, en las campañas, en hablar con la gente, en organizarse. No puedes cambiar las cosas desde el parlamento si no tienes poder de negociación y unidad de clase en la calle. Hemos de meter temas de izquierda en el programa, de lo contrario el discurso público estará dominado por cuestiones como la identidad y la migración, como quiere la derecha.
Hablemos del medio ambiente. En EE UU, congresistas como Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) impulsan un Green New Deal [GND, Nuevo Pacto Social Verde]. La Unión Europea habla de un New Green Deal. El PTB propone un Red-Green Deal [Pacto Verdirrojo] en Bélgica. ¿Puedes explicar de qué se trata y cómo podrá implementarse?
Hay un consenso cada vez más amplio en que necesitamos un plan para afrontar tanto la crisis económica como la crisis ecológica, y también en que el mercado no resolverá estos problemas. Las instituciones y los Estados tienen que intervenir masivamente, y ahora incluso lo dicen algunos neoliberales. Así que el debate ya no versa sobre si los Estados han de intervenir, sino sobre dónde y cómo debe invertirse dinero público para la transición ecológica. En la versión capitalista del GND, el Estado sigue estando al servicio del capital: cuando golpea la crisis, el Estado actúa de prestamista de último recurso para rescatar a los capitalistas. Es preciso cuestionar este mecanismo. El Estado debería asumir la dirección en determinados sectores y crear monopolios públicos. Esto podría llevarlo a cabo, por ejemplo, en los transportes públicos, las inversiones verdes, la vivienda pública asequible, la investigación e innovación, la revolución digital y la sanidad. Esta es la gran diferencia en nuestro Red-Green Deal.
Hoy ya existen polos de producción estratégicos en sectores esenciales, pero están en manos privadas. Por ejemplo, Airbus, donde colaboran muchos países europeos. Podríamos crear polos similares, pero en la esfera pública, para reforzar sectores esenciales como el de la energía. Nuestra propuesta es similar a lo que proponen [Bernie] Sanders y AOC. Es un enfoque keynesiano en interés de la gente. Puede conseguirse incluso dentro de un marco capitalista, pero exigiría de todos modos que sobrepasemos los límites del mercado supuestamente autorregulado y que nos liberemos de los dogmas económicos neoliberales.
Bélgica está fracturada políticamente: en el norte (Flandes) hay una fuerte presencia de la derecha y la extrema derecha, mientras que en el sur (Valonia) tienen mayoría partidos progresistas. En las elecciones de 2019, el PTB alcanzó el 13,8 % de los votos en Valonia, el 12,6 % en Bruselas y un 5,63 % en Flandes, y fue el único partido que consiguió tener representantes por encima de esta divisoria. ¿Cómo puede mantener el PTB una estrategia a escala federal a pesar de una división tan importante?
En efecto, la división crece, y en realidad solo hay una alternativa: o bien cedemos a los separatistas que desean dividir el país, o bien recentralizamos determinadas competencias, como en la sanidad o la protección ambiental. Los sondeos muestran que la mayoría de la población belga apoya esto. Pienso que como país habremos de tomar una decisión más pronto que tarde, ya que la situación actual es insostenible. Para citar un ejemplo concreto: actualmente hay cuatro ministros responsables de asuntos medioambientales. Sin embargo, todos los ríos de Bélgica fluyen por las tres regiones, de modo que si se contamina uno de ellos, hay que organizar una reunión interministerial de los cuatro ministros. Esto no tiene sentido.
También creemos que Europa necesita una perspectiva más amplia y que tenemos que cooperar y actuar en niveles más altos para combatir el cambio climático, prepararnos para futuras pandemias, etc. No podemos resolver estos problemas en el nivel de Flandes o Bélgica. En cuestiones de justicia social y desigualdad, las diferencias culturales no importan mucho en comparación con las diferencias de clase. Las demandas sociales y las expectativas de la población son las mismas, en el norte y en el sur. Lo que espera la gente en Charleroi y Lieja en materia de pensiones es lo mismo que lo que se reclama en Amberes, Hasselt o Bruselas. Pide pensiones dignas, más tiempo de ocio, un sistema sanitario de calidad y accesible. Para lograrlo, el PTB y los sindicatos están comprometidos a ofrecer las mismas políticas a toda la clase trabajadora de todo el país.
Finalmente, ¿qué piensas del resultado de las elecciones en EE UU, y más en general, qué acontecimientos políticos internacionales crees que ofrecen esperanza de cara al futuro y cuáles te preocupan?
Donald Trump amplificó la retórica bannonista, racista y nacionalista. Por eso es una buena noticia que haya perdido el megáfono de la presidencia. Nos satisface comprobar que los movimientos sociales y de izquierda hayan contribuido a su derrota, que ha sido posible gracias también a la organización de la gente en la base, que ha sido mucho más importante que en el pasado. Dicho esto, no nos hacemos ilusiones sobre la presidencia de Joe Biden. No es socialista y forma parte del establishment político de EE UU. Seguiremos apoyando a los movimientos sociales estadounidenses y a las diputadas de izquierda en el Congreso.
En el lado negativo, el bannonismo y las corrientes nacionalistas de derecha siguen vivas y coleando en todo el mundo. En la vertiente positiva, durante la pandemia, gracias a las redes sociales y la creciente interconexión mundial, en todo el mundo han surgido las mismas demandas, los mismos debates y las mismas cuestiones clave. Los maquinistas de India reclamaron mascarillas y lo mismo ocurrió en Perú y en Bélgica. Esto fue bastante insólito y de alguna manera representó un renacimiento de la conciencia de clase a escala mundial: la conciencia de que muchas cuestiones trascienden las fronteras, y esta es una buena noticia. Por supuesto, queda mucho trabajo por hacer, así que somos optimistas y cautos al mismo tiempo.
19/12/2020
https://jacobinmag.com/2020/12/peter-mertens-Bélgica-ptb-workers-party-covid-crisis
Traducción: viento sur
Mario Cuenda Garcia es estudiante de doctorado de historia económica en la London School of Economics. Tommaso Segantini es ensayista autónomo y cursa estudios de migraciones; sus trabajos se han publicado en TeleSur, openDemocracy y Adbusters.
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