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Chile. Esperando a los bárbaros

DO Resumen Latinoamericano / 14 de noviembre de 2019
Por Daniel Pizarro



Póngase un chaleco amarillo.
No uno cualquiera, digo, sino uno de esos que por ley ahora deben llevarse en el auto.

Seguro que usted tiene un auto, así que encontrará fácilmente su chaleco amarillo en la guantera o donde lo haya guardado para usar en caso de emergencias.

Dígase a sí mismo: Esta es una emergencia.
Y como su chaleco es amarillo, y reflectante, podrán verlo de día y de noche.

Usted se verá como una luciérnaga.
Salga a la calle con su chaleco y busque a vecinos que, como usted, palpitan la misma emergencia. No se pregunte por lo que está emergiendo, porque usted nunca lo podrá ver.
Salga a la calle a defender su territorio, pues esto es un asunto territorial.

Armado con un bate o incluso un revólver usted y los otros chalecos amarillos (¿o serán más bien chaquetas y aquí no damos nunca con las palabras justas?) saldrán a defender lo que es suyo. De ustedes, digo.

Usted se defiende de la turba.
La turba es un grupo de individuos que no se comportan como tales, es decir, como seres individuales, valga la obviedad.
La turba es una masa que viene hacia usted como un enjambre de avispas voraces o una invasión de langostas que arrasarán los cultivos para dejar la tierra pelada. Y luego, viendo que han arrasado con todo, se comerán entre sí cometiendo atroces actos de canibalismo.

Pues así se comportan las turbas y los insectos.
¿Dónde vendrá la turba?, se pregunta usted blandiendo un bate de béisbol, con ganas de arrancarle la cabeza al primer zombi que aparezca por su calle o condominio. Pues a mí me da la idea de que a usted le daría placer aplastar esas langostas depredadoras.
(Pero son ideas mías simplemente)
En la calle, en la noche sin límites, es usted y su chaleco reflectante, y del lado ciego la turba. No hay más.
Usted se parapeta a la entrada de su casa o su pasaje como un rey a las puertas de Versalles.

Pues su casa es el palacio de Versalles, y ya vienen las langostas a saquear el tesoro real que con un esfuerzo que le ha costado la vida y algo más es enteramente suyo y de nadie más.
Su sudor equivale a su riqueza principesca. Cada gota representa una porción alícuota de su patrimonio. Usted lo sabe y usted está dispuesto a matar langostas para sostener los equilibrios, pues usted está sujeto a una ley de la Física que dice lo siguiente: Mi esfuerzo no se pierde, mi esfuerzo se transforma en mi exacto bienestar.
Y usted se figura que la turba transgrede esa ley de la Física universal.

El hecho es que usted espera a la turba.
Pero usted, quizás, espera a Godot.
Y así me hace pensar también en Giovanni Drogo, protagonista de la novela El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.
Usted, en su fortaleza militar, a la espera de una guerra con los tártaros.

Van pasando los meses y los años y usted con su chaleco amarillo trata de dar un sentido a su vida, a la espera de que algo importante suceda en la frontera.

Giovanni Drogo murió esperando, pero a usted no lo quiero matar.
Sólo se me ocurre que a alguna hora de la noche podría oír en el aire estos versos de Caváis:

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos se vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

Politika

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