Por Brais Fernández y Marc Casanovas
Presentación del Plural
Presentación
El marxismo, decía Manuel Sacristán, está siempre en crisis. En sociedades donde “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante” (Karl Marx), una teoría crítica que trata no solo de analizar, sino también de transformar la sociedad, está inevitablemente sujeta a tensiones y dificultades.
Es difícil definir el marxismo. Quizás la bella expresión de Gramsci filosofía de la praxis sea la definición más precisa que podemos encontrar desde la propia tradición. Liberado de ciertas pretensiones de invadir todos los espacios de la vida científica (un método universal que valdría tanto para comprender el origen del universo como las luchas campesinas en cualquier parte del mundo y en cualquier momento de la historia) y de las pretensiones delirantes (y criminales) de convertirse en ciencia de Estado, el marxismo aparece como una corriente subterránea viva, llena de riqueza, capaz de alimentar un proyecto de transformación radical que no renuncie a tener su propia historia. Una historia que para el marxismo se encuentra tanto en la historia de las ideas como de las luchas. No creemos que se pueda entender una cosa sin la otra: “conquistar el mundo de las ideas para que nuestras ideas sean las ideas del mundo” (Gramsci) y “convertir las ideas en fuerza material” (Trotsky) sigue siendo el nexo de unión que transciende (Aufhebung) la separación entre teoría y praxis, entre idealismo y materialismo, entre sujeto y objeto.
En la actualidad vivimos un momento curioso. La crisis del capitalismo que se abre en 2008 provocó un aumento del prestigio y la popularidad de la figura de Marx, pero tuvo efectos muy desiguales a lo largo del globo. En los países anglosajones, por ejemplo, la cultura socialista vive una cierta revitalización, con nuevas revistas, editoriales, posiciones académicas, influencia política, etc. En América Latina, el marxismo tuvo un papel importante en la vida pública durante la década progresista, aunque nula influencia en el poder político, a excepción quizás de la Venezuela de Chávez en algunos momentos. En la Europa mediterránea, el marxismo inspira a muchos de los activistas que impulsan los nuevos partidos y movimientos de izquierda, pero sin duda no aparece como una ideología (concepción del mundo) para las bases sociales que apoyan a estos movimientos. El caso más extraño, sin duda, es el caso chino. En uno de los pocos países del mundo en donde gobierna un partido comunista, lo primero que se nos viene a la cabeza es la persecución gubernamental que sufren los estudiantes marxistas chinos.
Desde luego, no todos los marxismos han sobrevivido igual. La patética y miserable tradición estalinista (que lo cierto es que jamás ha sido capaz de producir ninguna obra literaria, es decir, que perdurase) ha desaparecido por completo, quedando reducida a algo parecido a una identificación folclórica adolescente, totalmente insignificante políticamente. El maoísmo sobrevive como leyenda dado el nuevo rol de China en el capitalismo global y como anécdota simpática dentro de la poderosa filosofía de Badiou; simpática cuando nos olvidamos por un momento de los crímenes del Gran Timonel. Tanto el marxismo clásico, el anticolonial, el occidental, autonomista (o consejista) o el marxismo cálido siguen inspirando a todos los que se acercan a esta tradición: constituyen, junto con cierto trotskismo heterodoxo, una valiosa trayectoria, llena de fuentes de inspiración, que forma la base para abordar la tarea de reconstruir una teoría marxista para el siglo XXI.
También es cierto que el marxismo tiene nuevos retos por delante. Han aparecido nuevos campos de investigación crítica que, si bien no son antimarxistas, tampoco son necesariamente marxistas. El marxismo vivo y abierto tiene como reto dialogar con estas nuevas teorías sin renunciar al combate teórico. La única fórmula para convertirse en una teoría hegemónica es ser capaz de portar el don de la traducibilidad, por citar de nuevo a nuestro sardo favorito. Porque, por cierto, y esto a veces se olvida, el marxismo nunca ha sido la única luz del mundo. No estaría de más recordar la fascinación de Trotsky por el psicoanálisis o las aproximaciones de Benjamin al judaísmo, por proponer dos ejemplos melancólicos que nos encantan. El marxismo, para sobrevivir, necesita el contacto con todas las ideas que expresan algo relacionado con la posibilidad de la liberación humana o, por lo menos, la voluntad de cuestionarse las cosas. Y no olvidemos que esto puede encontrarse en el lugar más inesperado.
Para este Plural hemos escogido varios temas y los hemos relacionado con la actualidad del marxismo: Michel Husson escribe sobre economía, Jaime Vindel sobre ecología, Julia Cámara y Laia Facet escriben sobre feminismo, Montserrat Galceran escribe sobre los estudios poscoloniales, Marc Casanovas sobre teoría de la cultura y Brais Fernández sobre la cuestión de la política y la estrategia.
Esperamos que sea útil.
Presentación
El marxismo, decía Manuel Sacristán, está siempre en crisis. En sociedades donde “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante” (Karl Marx), una teoría crítica que trata no solo de analizar, sino también de transformar la sociedad, está inevitablemente sujeta a tensiones y dificultades.
Es difícil definir el marxismo. Quizás la bella expresión de Gramsci filosofía de la praxis sea la definición más precisa que podemos encontrar desde la propia tradición. Liberado de ciertas pretensiones de invadir todos los espacios de la vida científica (un método universal que valdría tanto para comprender el origen del universo como las luchas campesinas en cualquier parte del mundo y en cualquier momento de la historia) y de las pretensiones delirantes (y criminales) de convertirse en ciencia de Estado, el marxismo aparece como una corriente subterránea viva, llena de riqueza, capaz de alimentar un proyecto de transformación radical que no renuncie a tener su propia historia. Una historia que para el marxismo se encuentra tanto en la historia de las ideas como de las luchas. No creemos que se pueda entender una cosa sin la otra: “conquistar el mundo de las ideas para que nuestras ideas sean las ideas del mundo” (Gramsci) y “convertir las ideas en fuerza material” (Trotsky) sigue siendo el nexo de unión que transciende (Aufhebung) la separación entre teoría y praxis, entre idealismo y materialismo, entre sujeto y objeto.
En la actualidad vivimos un momento curioso. La crisis del capitalismo que se abre en 2008 provocó un aumento del prestigio y la popularidad de la figura de Marx, pero tuvo efectos muy desiguales a lo largo del globo. En los países anglosajones, por ejemplo, la cultura socialista vive una cierta revitalización, con nuevas revistas, editoriales, posiciones académicas, influencia política, etc. En América Latina, el marxismo tuvo un papel importante en la vida pública durante la década progresista, aunque nula influencia en el poder político, a excepción quizás de la Venezuela de Chávez en algunos momentos. En la Europa mediterránea, el marxismo inspira a muchos de los activistas que impulsan los nuevos partidos y movimientos de izquierda, pero sin duda no aparece como una ideología (concepción del mundo) para las bases sociales que apoyan a estos movimientos. El caso más extraño, sin duda, es el caso chino. En uno de los pocos países del mundo en donde gobierna un partido comunista, lo primero que se nos viene a la cabeza es la persecución gubernamental que sufren los estudiantes marxistas chinos.
Desde luego, no todos los marxismos han sobrevivido igual. La patética y miserable tradición estalinista (que lo cierto es que jamás ha sido capaz de producir ninguna obra literaria, es decir, que perdurase) ha desaparecido por completo, quedando reducida a algo parecido a una identificación folclórica adolescente, totalmente insignificante políticamente. El maoísmo sobrevive como leyenda dado el nuevo rol de China en el capitalismo global y como anécdota simpática dentro de la poderosa filosofía de Badiou; simpática cuando nos olvidamos por un momento de los crímenes del Gran Timonel. Tanto el marxismo clásico, el anticolonial, el occidental, autonomista (o consejista) o el marxismo cálido siguen inspirando a todos los que se acercan a esta tradición: constituyen, junto con cierto trotskismo heterodoxo, una valiosa trayectoria, llena de fuentes de inspiración, que forma la base para abordar la tarea de reconstruir una teoría marxista para el siglo XXI.
También es cierto que el marxismo tiene nuevos retos por delante. Han aparecido nuevos campos de investigación crítica que, si bien no son antimarxistas, tampoco son necesariamente marxistas. El marxismo vivo y abierto tiene como reto dialogar con estas nuevas teorías sin renunciar al combate teórico. La única fórmula para convertirse en una teoría hegemónica es ser capaz de portar el don de la traducibilidad, por citar de nuevo a nuestro sardo favorito. Porque, por cierto, y esto a veces se olvida, el marxismo nunca ha sido la única luz del mundo. No estaría de más recordar la fascinación de Trotsky por el psicoanálisis o las aproximaciones de Benjamin al judaísmo, por proponer dos ejemplos melancólicos que nos encantan. El marxismo, para sobrevivir, necesita el contacto con todas las ideas que expresan algo relacionado con la posibilidad de la liberación humana o, por lo menos, la voluntad de cuestionarse las cosas. Y no olvidemos que esto puede encontrarse en el lugar más inesperado.
Para este Plural hemos escogido varios temas y los hemos relacionado con la actualidad del marxismo: Michel Husson escribe sobre economía, Jaime Vindel sobre ecología, Julia Cámara y Laia Facet escriben sobre feminismo, Montserrat Galceran escribe sobre los estudios poscoloniales, Marc Casanovas sobre teoría de la cultura y Brais Fernández sobre la cuestión de la política y la estrategia.
Esperamos que sea útil.
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